El cuento de la dualidad Cuerpo y Mente
por Marcelo Vazquez Avila
Que no existe un único tipo de
inteligencia lo sabemos desde hace mucho años. Sabemos que hay personas con una
gran habilidad lógico-matemática y una reducida inteligencia lingüística, y
otras con una inteligencia espacial muy desarrollada y una notable falta de
habilidad emocional. La inteligencia espiritual es la que nos permite
transcender, crear y, en última instancia, ser felices de una manera profunda y
duradera.
¿Podemos
hablar de inteligencia espiritual?
Pues, es un tipo de
inteligencia que también se la suele llamar existencial o trascendente.
Completa el mapa de las inteligencias múltiples que desarrolló, hace más de dos
décadas, Howard Gardner. Nos referimos a una inteligencia que nos faculta para
preguntar por el sentido de la existencia, para tomar distancia de la realidad,
para elaborar proyectos de vida, para trascender la materialidad, para
interpretar símbolos y comprender sabidurías de vida. El ser humano es capaz de
un conjunto de actividades que se no explican sin referirse a este tipo de
inteligencia. Es especialmente cultivada en los grandes maestros espirituales,
en los filósofos y artistas, también en los creadores.
El ser humano es alguien que
trasciende lo material. Es una unidad de cuerpo y alma. En sentido estricto, no
“tenemos” un cuerpo. Más bien vivimos en él, nos expresamos en él, lo gozamos y
lo padecemos. Tampoco “tenemos” un espíritu, como si fuera un objeto o una
propiedad anexa. Hay en el ser humano algo que escapa a la racionalidad y a la
materialidad, una luz de misterio, un absoluto enigma.
Lo espiritual en el ser humano
permite el ejercicio de la libertad y crear un mundo interior, tomar distancia
de la vida instintiva. Decía Saint Exupéry en El Principito que “Lo esencial es invisible a los ojos”. No se
conoce a un ser humano hasta que no se penetra en su vida espiritual, hasta que
no nos da permiso para acceder a este territorio.
Existe una espiritualidad
abierta a la trascendencia, pero también una espiritualidad sin Dios, sin
iglesia y sin dogmas.
En la primera, el ser humano se
halla confrontado a un ser que le trasciende, un ser que halla en la más íntima
de sus intimidades, un interlocutor que está ahí y con el que establece un
diálogo de amor. Este diálogo es la oración. San Agustín le llamaba maestro
interior.
También encontramos otra
espiritualidad que entiende el cultivo de la vida espiritual como un diálogo
con uno mismo, como una especie de auto
conversación, como diría Miguel de Unamuno. En este segundo caso, existe
también vida espiritual, sentido de pertenencia al mundo, incluso puede haber
experiencia mística y superación de la dualidad cuerpo y espíritu, pero la
diferencia sustancial es que no se reconoce a Dios como interlocutor.
Lo
espiritual se expresa en lo corporal, en el gesto, en la palabra,
en
el silencio, en el obrar y, de un modo particular, en la creación.
No
tiene una vida paralela; está profundamente arraigado en lo material.
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