Los charlatanes de turno nos acosan

por Marcelo Vazquez Avila



Comunicar no es ideologizar

Es abrumadora la cantidad de disparates que se oyen en los medios de comunicación, ya sea en radio, televisión y periódicos; nos sofocan con chismes y prejuicios, apelando que son amigos de tal o cual funcionario, ensuciando con religiosidad barata argumentos políticos, siendo bocinas asalariadas de ideologías varias…

Cultivar una razón crítica, en los tiempos de esa farándula de opinadores de poca valía, demanda el estudio sistemático y el uso del intelecto como herramienta para desmontar todas las sandeces que se vocean en nuestra comunidad por vía de sus medios de comunicación.

Decía Platón que una vida que no se someta a examen permanente no merecer ser vivida, y lamentablemente el grueso de nuestra sociedad vive bajo el impulso inmediato del primer charlatán que le diga un disparate.

Se vocea demasiado, se alza la voz por carecer de argumentos, se atemoriza a los más ingenuos con miedos apocalípticos y se defienden intereses espurios que empobrecen a la mayoría. Ya no hay que reprimir porque no hay cuestionamiento.

Qué antídoto tenemos

Lo primero será reconocer que frecuentemente hablamos sin fundamento, nos quedamos con unas cuantas palabras del noticiero o del diario, cotejando nuestra pobre información con los comentarios que escuchamos en la oficina o con los amigos, hacemos conjeturas y emprendemos el vuelo aprobando o desaprobando todo tema de actualidad: iniciativas de ley, la política económica, los eventos sociales, sucesos de carácter internacional y hasta las nuevas disposiciones en materia de educación o de salud... ¡Con qué facilidad nos erigimos en autoridades competentes!

Pertenecer al sector crítico y contestatario es para esas personas la mismísima cima de la objetividad. Es cierto, indudablemente, que la crítica puede hacer grandes servicios a la objetividad. Pero la crítica, para ser positiva, ha de atenerse a ciertas pautas. Detrás de una actitud de crítica sistemática suelen esconderse la ignorancia, la envidia y la cerrazón. Si hay algo difícil en la vida es el arte de valorar las cosas, sopesándolas y hacer una crítica. No se puede juzgar a la ligera, sobre indicios o habladurías, o sobre valoraciones precipitadas de las personas o las circunstancias.

La crítica debe analizar lo bueno y lo malo, no sólo subrayar y engrandecer lo negativo. Un crítico no es un acusador, alguien que se opone sistemáticamente a todo. Para eso no hacer falta pensar mucho, bastaría con defender sin más lo contrario a lo que se oye, y eso lo puede hacer cualquiera sin demasiadas luces. Además, también es muy cómodo, como hacen muchos, atacar a todo y a todos sin tener que defender ellos ninguna posición, sin molestarse en ofrecer una alternativa razonable —no utópica— a lo que se censura o se ataca.

Además, quienes están todo el día hablando mal de los demás, comienza o terminan por amargarse ellos también un poco la vida. Parece como si vivieran proyectando su amargura alrededor. Les disgusta el mundo que les rodea, pero quizá sobre todo les disgusta el que tienen dentro. Y como son demasiado orgullosos para reconocer culpas dentro de ellos, necesitan buscar culpables y los encuentran enseguida.

¿Influir o convencer?

De forma natural el hombre busca comunicar sus pensamientos e influir en los demás con su opinión para lograr un cambio, ya sea en la familia, la sociedad o el trabajo, sin embargo, corremos el riesgo de sujetarnos únicamente a nuestro particular punto de vista e intereses, sin atender a las necesidades o propósitos que tienen los demás.

Jacques Derrida


El valor de la crítica se fundamenta en el propósito de lograr un cambio favorable que beneficie a la persona involucrada en una circunstancia determinada y siempre con actitud de respeto y sentido de colaboración.

A través de la crítica constructiva se desarrollan otros valores como la lealtad, la sencillez, el respeto, la amistad... Con esta referencia sería absurdo cerrar nuestro entendimiento y pasar por alto la importancia de vivir este valor, pues nadie puede jactarse de tener un buen juicio crítico, si no ha logrado establecer un equilibrio entre aquello que critica y la forma e intención con que la expresa.


¿Es que acaso no tengo libertad para opinar?, podrá decir nuestro personaje. 
Y dan ganas de responderle: libertad sí que tienes, lo que te falta es cabeza; 
porque la libertad, sin más, no asegura el acierto.

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